José Manuel Frías. Aunque en el exterior el calor era asfixiante, dentro del Hospital Materno Infantil de Granada la elevada temperatura de aquella tarde de Julio de 1985 se sobrellevaba gracias al potente aire acondicionado.
La enfermera Elena de Teresa, cuyo puesto de trabajo habitual se encontraba en el departamento de Rayos, estaba por aquellos días en el departamento de Información. Su recientemente confirmado embarazo le impedía estar cerca de determinada maquinaria irradiante.
Aquel puesto era un recinto de pequeño tamaño, con una ventana de atención al público y una puerta lateral para entrada y salida del personal autorizado, aunque en ocasiones, ante la aglomeración de enfermos y familiares, algunos de ellos usaban ambos conductos para realizar consultas.
Y así sucedió aquella tarde, a pesar de estar el recibidor casi desierto, cuando un señor vestido de negro y con gesto serio se asomó bajo el dintel requiriendo la atención de Elena. Dio el nombre de una enferma recién operada de un tumor, alegando ser su marido, y solicitó permiso para visitarla. La enfermera introdujo el nombre de la mujer en el ordenador, comprobando que se encontraba en Reanimación.
Antes de que llegara a ofrecer al hombre la posibilidad de subir, dado que eran horas de visitas, una muchacha se acercó a la ventanilla. Su rostro blanco como la cal, su mirada esquiva y sus brazos caídos a ambos lados del cuerpo la convertían en una persona un tanto atípica. Con voz trémula preguntó por la salud de su madre. Al tomar el nombre, Elena se sorprendió al ver que era el mismo que el ofrecido por el señor de negro. “Familia peleada”, pensó.
-La enferma está en Reanimación – dijo Elena en voz alta, para que la oyeran ambos -. Pueden subir.
-¿Cómo que pueden? – respondió el hombre con el ceño fruncido.
“Familia peleada, y además, que no se habla”, volvió a pensar la enfermera.
-Que puede usted subir, caballero.
Le da a cada uno un pase y se olvida por el momento de la intrigante anécdota.
A los pocos minutos, la pálida muchacha regresa a la ventanita, solicitando hablar con el médico que atiende a su madre. Elena llama a Reanimación, pero le dicen que Alicia, la anestesista, ha salido a cafetería. Le manda por lo tanto un mensaje al “busca”, y la mujer llama enseguida para informarse. Cuando Elena le cuenta que hay una joven que quiere consultar algo con respecto a su madre, Alicia le dice que espere en Información, que en pocos segundos estará allí.
Una vez que llega Alicia y le es presentada la joven, ambas suben juntas por las escaleras con dirección a la tercera planta.
Dos figuras idénticas
No habían transcurrido ni quince minutos, cuando una vez más la joven aparece por la ventana de Información, repitiendo que quiere hablar con el médico que atiende a su madre. Algo extrañada, Elena llama a Reanimación.
-Alicia, aquí está la joven de antes, preguntando por ti – le informa la enfermera.
-Disculpa, es que no he podido atenderla porque cuando hemos llegado entraba una cesárea y me han llamado urgentemente – respondió Alicia -, pero no te preocupes que la voy a informar ya, porque la tengo aquí delante.
Elena no pudo creer lo que estaba oyendo.
-No puedes tenerla delante – alegó -, porque la tengo aquí en Información.
Aunque la conversación se está manteniendo con un megáfono abierto, y la muchacha estaba escuchándolo todo, en ningún momento intervino, cosa extraña dado el trasfondo del diálogo.
-¿Cómo es la “tuya”? – dijo Alicia en tono casi cómico. Cerca de ella, y divertidas con la charla, se encontraban una auxiliar y una enfermera, que fueron testigos de la insólita situación.
-Tiene el pelo rizado, rubio; viste unos pantalones vaqueros y una camisa azul a cuadros. En el cuello tiene una especie de gargantilla muy llamativa.
Alicia le confirma que la “otra” es idéntica. Sin saber qué pensar, se le ocurre una idea para desvelar el enigma.
-Voy a dejar a la chica de arriba en la sala de espera de Reanimación, que está vacía en este momento. Echaré la llave. Mándame a la joven de abajo y yo la espero a pie de escalera.
Elena le da el vale a la misteriosa chica, ésta a su vez, y como en la anterior ocasión, se lo ofrece al celador, y sube por las escaleras.
Pocos minutos después, Elena recibe una llamada de Alicia. Aunque ha estado esperando un buen rato junto a la escalera de la tercera planta, allí no ha aparecido nadie.
-¿Y la joven “de arriba”?
-Ha desaparecido de la sala. Y la llave estaba echada.
Aquello fue la gota que colmó el vaso del desconcierto. Lógicamente mosqueadas, llaman al celador, quien recuerda perfectamente los rasgos de la muchacha, y entre los tres recorren el hospital desde la séptima planta hasta el sótano, en busca del enigmático personaje. Por más vueltas que dieron, la chica no apareció.
Terrible experiencia en la 3ª Planta
Pasan los días, y aquella señora recientemente operada es dada de alta en Reanimación y enviada a Planta. Aunque no es frecuente que la anestesista acompañe a los enfermos a la habitación, Alicia lo hizo en aquel caso, picada por la curiosidad de lo sucedido con su supuesta hija.
Nada más llegar, la mujer es recibida por su marido y su hijo, que ya estaban allí. En la mesita de noche, una fotografía de aquella muchacha adornaba la espartana sala.
-¿Quién es la chica? – preguntó Alicia como quien no quiere la cosa.
-Es mi hija – responde la enferma con un suspiro.
-Pues menuda broma nos gastó el otro día…
De pronto, el marido y el hijo se abalanzan sobre Alicia y la echan casi a empujones de la habitación. En ambos se apreciaba una repentina violencia.
-No vuelva a bromear con eso delante de mi madre – dice el joven casi sin aliento -. Mi hermana murió hace dos años en un accidente.
Fue tal la dureza de la experiencia, que Alicia estuvo de baja durante algún tiempo, presa de una profunda depresión.
20 Años después…
En un reciente encuentro con una de las protagonistas de la historia, Elena de Teresa, ésta me ofreció algunos datos interesantes, de esos que afloran al exterior con el prisma del paso del tiempo. Habían transcurrido dos décadas desde el insólito encuentro, y aún lo recordaba como si fuera ayer.
Aunque Elena es una mujer que suele mirar a los ojos cuando habla, rememora que le fue imposible hacerlo con aquella joven, que parecía rehuirle la mirada en todo momento. Le llamó la atención también que no hiciera gestos ni movimientos. Estaba totalmente estática, sin desplazar nunca los brazos, caídos a ambos lados del cuerpo. Igualmente le parecía llamativo que siempre que ella pasaba por el Hall, este estaba desierto, con la única presencia del celador. ¿Fruto de la casualidad?
Pero ocurrieron más anomalías relacionadas con este caso. Por un lado, cuando tiempo después el investigador navarro Juan José Benítez intentó acceder al expediente de la enferma, éste había desaparecido como por ensalmo. Por más que los empleados y la propia dirección del hospital hicieron un tremendo esfuerzo por localizarlo, nunca dieron con él.
Tampoco la enferma regresó a la Unidad para continuar su tratamiento o para realizarse nuevas pruebas, como hubiera sido lo normal. Nunca más se supo de ella. Por lo tanto, todos los esfuerzos por localizarla y dar respuesta al misterio fueron vanos.
Y no sabemos por qué, pero justo tras enterarse Elena de Teresa de la terrible experiencia por la que pasó Alicia en la habitación de aquella mujer recién salida de Reanimación, su casa estuvo oliendo a gasolina durante un mes. No logró encontrar el origen de aquel pestilente olor. Y tras ese periodo de tiempo, todo volvió a la normalidad.
https://josemanuelfrias.com/
Página web del investigador y escritor José Manuel Frías. Una vida dedicada al misterio y la literatura
Sigue leyendo a José Manuel Frías…
También te puede interesar...
- Merengues con forma de unicornio, perfectos para una… Ángeles Fernández/Repostería creativa de Ángeles. Preparar merengue en casa es muy fácil y con sólo 2 ingredientes: claras de huevo y…