Ana Lisa Stoichici. Los falsos mitos cuentan que los trastornos alimenticios giran en torno a los alimentos, que los padecen solamente las mujeres durante el periodo de la adolescencia y que llegan a ser una elección de las propias víctimas. Pero más allá de puras habladurías que coronan una enfermedad tan delicada, lo que esconden detrás estos desequilibrios es una lucha constante en la que influyen factores biológicos, psicológicos y sociológicos.
Paula López, lucha por la superación
“Es una enfermedad psicológica”, afirma con la voz entrecortada Paula López, su nombre ficticio, ya que prefiere no desvelar su identidad. Se trata de una de esas jóvenes adolescentes que cayó en las redes de esta enfermedad. Paula, de 20 años, deja a la vista un pequeño tatuaje en letras cursivas en el omoplato derecho “Courage dear heart”. La traducción al español significa “valentía, querido corazón”, frase mediante la cual la cordobesa se identifica totalmente.
Durante mucho tiempo, esta clase de trastornos han sido confundidos con tener malos hábitos de alimentación, comúnmente asociados a “comer mal” o estar obsesionado con la comida. Lejos de estas concepciones, los trastornos alimentarios son afecciones graves de salud mental que implican problemas serios sobre cómo se piensa sobre la comida y la conducta alimenticia. Los más comunes son la anorexia, la bulimia o el trastorno por atracón. Aunque son muy parecidos, poseen diferentes matices. Además, una misma persona puede padecer varios de ellos.
“Realmente la anorexia y la bulimia se ven en una misma dimensión, es la misma patología. Lo que cambia en cada uno de estos trastornos son los síntomas. La primera restringe, la segunda incita a comer de forma compulsiva”, cuenta en su despacho Susana Rodríguez Vargas, psicóloga especialista en los trastornos alimenticios. La psicóloga sevillana desarrolla desde hace varios años su labor en el centro O.R Activo Psiconutrición. Junto a su compañero y nutricionista Pablo Ojeda, tratan día a día pacientes con trastornos alimentarios, pero también identifican los casos no especificados o trastornos obsesivos compulsivos.
Delgadez, un canon ¿de belleza?
Con 17 años, Paula era una adolescente con muchas inseguridades. El verano previo a 1º de Bachillerato, se propuso hacer más deporte y adelgazar unos kilos, una decisión que terminó saliéndose de contexto. La joven señala como uno de los principales detonantes de querer adelgazar a su, por entonces, profesor de Educación Física. “Hacía mucho hincapié en que estábamos más gordos, que la sociedad del siglo XXI era una de obesos porque comíamos muy mal. Metía en la cabeza ideas que no son ciertas. Recalcaba mucho que debíamos hacer más deporte y comer más sano”, explica.
La presión de una sociedad en la cual los cánones de belleza eran unos cuerpos delgados, terminó influyendo en Paula. Comenzó a hacer muchísimo deporte, a comer mucha lechuga y a saltarse comidas. Cualquier cosa que pudiese ingerir y que, según ella, engordase más, era motivo más que suficiente para irse a la cinta de correr a quemar las calorías.
La relación con sus amigos empezó a cambiar. Paula prefería no quedar con sus amigos: “solíamos quedar después de merendar y yo sabía que era el momento para quemar calorías, no acumular más”, añade. La adolescente no terminaba de ver lo que realmente estaba sucediendo. Veía que ya no comía las cosas que le gustaban, que tenía menos vida social y que hacía más deporte, aunque para ella se había convertido en una rutina de lo más normal.
“Era consciente, pero no de que fuera malo. Me lo tomaba como algo necesario”, argumenta la joven. Fueron sus amigos quienes empezaron a preocuparse mucho por ella y decidieron hablar con su madre. Acto seguido, los padres no dudaron en buscar ayuda y llevaron a su hija a un centro de Granada especializado en trastornos de conducta alimentaria.
Autosuperación en silencio…
Julia González, otra víctima más que prefiere no desvelar su identidad, sufrió un trastorno alimenticio no especificado con 14 años. Debido a una difícil situación a nivel personal que acarreó la pérdida de una persona muy cercana a ella, Julia empezó a cuestionarse su cuerpo y a obsesionarse con todo.
“Lo más oscuro de aquella situación es que yo era consciente de lo que me estaba sucediendo, incluso más que mi familia, pero solo quería adelgazar, aunque no estuviera gorda”, explica. No todo el mundo llegó a conocer su situación, de hecho la joven cuenta que es un tema que quedó bastante personal.
Casi una década después, Julia considera que no se le dio la importancia que realmente tiene un trastorno, por lo que transmite un mensaje para todo el mundo: “debemos abrir los ojos, es importante identificar el problema a tiempo, sea en nosotros mismos o en los demás. Realmente son enfermedades psicológicas y crónicas. Debemos darles la visibilidad que se merecen”. La paciente no recuerda el peso que llegó a perder, incluso llega a confirmar que tiene recuerdos muy borrosos de aquella época.
Para hablar de un trastorno alimenticio se deben cumplir varios requisitos, de lo contrario, se trataría de un trastorno de conducta alimentaria no especificado. “Al centro acuden muchas personas con problemas de alimentación, pero no cumplen con los criterios para llegar a ser un trastorno”, afirma la psicóloga Rodríguez Vargas.
Cuando comer sano se convierte en una obsesión…
Comer sano hoy en día se está convirtiendo en un problema. “Tengo pacientes que vienen al centro o van al supermercado con la aplicación de Real food, se está convirtiendo en una obsesión. Es como todo, cuando lo llevas al límite y te obsesionas con comer sano, es un problema, es un trastorno. Hay personas que se pasan el día pensando en comida, ya sea por no querer comer o por querer comer sano”, afirma Susana, una mujer de mirada profunda.
La psicóloga confirma una de las dudas presentes en la sociedad y es que, la mayoría de los casos de bulimia y anorexia se dan en las chicas, aunque cada vez hay más chicos. En cuanto a la edad en la que se suelen dar más casos, la psicóloga explica: ”se supone que el periodo más peligroso se da en la adolescencia, aunque cada vez se empieza más temprano. Al centro nos llegan personas de diferentes edades que sufren algún trastorno crónico desde hace mucho tiempo”.
En cuanto a los indicios que podrían poner en alerta a los padres, la especialista habla de cambios de humor y ser cada vez menos sociables. “Un día pueden estar eufóricos, pero al minuto enfadados o irritables. Son una montaña rusa”, apunta. Los bulímicos desarrollan comportamientos más impulsivos, pero sobre todo controladores al tener la obsesión de controlar lo que comen.
Julia sabe perfectamente lo complicada que es esta lucha. Dos años después de haberse recuperado de aquel trastorno no especificado, la joven se vio envuelta en el ya conocido trastorno por atracón. Ocultaba sus problemas con la comida en los bajos niveles de hierro que a veces le provocaban desmayos, hasta que un día tuvo que ser trasladada al hospital para que le pusieran suero. Aquel incidente marcó un antes y un después en la vida de Julia, quien decidió querer mejorar.
La importancia de buscar ayuda profesional
“Nunca he tenido una buena relación con la comida, supongo que intentaba llenar ciertas carencias a través de ella”, afirma una nueva Julia decidida a no volver a dejarle ganar ninguna lucha a la enfermedad. “El principio es duro”, manifiesta. La joven recuerda haber sufrido muchos bajones y, a pesar de haber empezado con ganas, tuvo que ser muy constante. El mismo pensamiento que había decidido dejar atrás, a veces tendía a aparecer en cualquier comentario, convirtiéndola en una persona muy vulnerable y susceptible.
El primer paso siempre es el más complicado, sobre todo porque en muchas ocasiones los que padecen estos trastornos no se dan cuenta de la gravedad de la situación hasta tener la terapia avanzada, según apunta la psicóloga. En ocasiones, cuando esto ocurre, hay un parón porque se quedan en estado de shock al ver el cambio producido en sus cuerpos. Para que todos los padres puedan hacer comprender a sus hijos el problema que estos puedan padecer, la profesional aporta una clara solución: la comunicación con ellos. “Los padres intentan controlar si comen, quitan las puertas del baño para que no vomiten, pero lo ideal es dejarlos hacer lo que el cuerpo les pida. Deben buscar una ayuda profesional porque no hay una fórmula mágica”, afirma.
El duro y largo proceso de recuperación es bien conocido también por Paula, quien no decide por sí misma tratarse, sino que es obligada por sus padres a ingresar en una unidad de día. Al principio solamente una tarde a la semana durante la cual tenía cita con un nutricionista y un psicólogo. Al no seguir sus indicaciones, su caso fue a peor y tuvo que ser ingresada.
“Al principio lo odiaba. Cuando mi madre me recogía por las noches, le suplicaba llorando que me sacara de allí si me quería”, recuerda la joven con los ojos ciertamente humedecidos. Según relata la ya ex paciente, todas las actividades que realizaban en la unidad estaban enfocadas en la inteligencia emocional y a aprender a quererse a uno mismo. Uno de los mayores miedos para los que padecen estos trastornos era el tiempo del que podían disponer para la siesta.
“La enfermedad te dice que te levantes y te muevas. Si sufres bulimia te dirá que vayas a vomitar. Estaba prohibido ir al baño después de comer, siempre se iba antes”, explica la cordobesa mientras se queda mirando la puerta del pasillo que correspondía al baño.
Vuelta a la realidad
Tanto Julia como Paula lucharon contra estas enfermedades crónicas, pero mientras que Julia llevó la situación de una manera más personal ya que, según apunta, su situación no estaba tan avanzada, Paula recuerda su paso por la unidad, pero sobre todo, la vuelta a la realidad al haber sido dada de alta.
Estuvo ingresada alrededor de un año y medio, obteniendo cada vez más flexibilidades como por ejemplo hacer la cena en casa, volver al instituto… ”Cuando me dieron el alta, sentí muchísima felicidad porque había superado la parte más fuerte, pero a la vez sentí un miedo muy grande. Ahí dentro tenía la seguridad de que todo iría bien porque todo estaba controlado”. Así lo cuenta Paula, quien define su estancia en la unidad como “una burbuja donde nadie podía entrar”.
Su vuelta a la vida normal la define como bastante dura. La preparación de la comida y las cantidades solían traer muchas dudas. “Al principio lo pasé muy mal y a día de hoy lo sigo pasando mal”, afirma la joven ya con 20 años.
Hay luz al final del túnel…
Julia y Paula tienen un pensamiento muy parecido en cuanto a la cura de esta enfermedad. La primera de ellas, una onubense que narra su historia desde la madurez y la templanza, no duda en afirmar que “secuela queda, eso es innegable”, aunque también apunta que ahora es una persona sana en ese sentido y que los posibles bajones actuales no tienen nada que ver con los de antes.
Por su parte, Paula, afirma no estar completamente curada y tener épocas mejores y otras peores. ”Hay días en los que me veo mejor y otros en los que me veo peor, aunque cada vez me pasa menos”, así lo cuenta la cordobesa que además afirma: “creo que te puedes curar pero existe cierta tendencia crónica a la recaída. Para que eso no ocurra tienes que esforzarte mucho porque le vas ganando batallas a la enfermedad y ella no puede ganarte ninguna porque, si no, vuelve”.
La especialista Susana Rodríguez recalca la importancia de las asociaciones para los familiares que estén atravesando estas situaciones. Según señala, son un apoyo fundamental, ya que estos trastornos tienden a cronificarse en el tiempo. “No afecta solo a la persona, es una red que termina formando toda la familia. No es solo un problema de nutrición, sino uno psicológico más profundo”. Así lo indicaba Susana, a la vez que explicaba que “a veces se utiliza para controlar algo que se escapa de las manos.
Formación en centros educativos
No se puede encontrar una única razón para justificar. Puede haber muchos factores añadidos, pero no un factor causal. Además del apoyo que puedan ofrecer las asociaciones, la sociedad debe ser educada en este ámbito y, según apunta la psicóloga, en los colegios se ve una falta de formación.
“La misma sociedad es la que te infunde esta enfermedad. Hay mucha presión social, por eso es tan importante trabajar la inteligencia emocional. El mensaje que se transmite a través de la publicidad llega a muchísimas personas, sobre todo mujeres y se graba en ellas”, indica Paula.
Julia, tras sufrir dos tipos de trastornos, envía un mensaje a todas las jóvenes que hayan sufrido alguno: “mi consejo es que se perdonen a sí mismos porque cuando te perdonas a ti mismo puedes aceptar lo que ha pasado y mejorar la situación”.
Además, la especialista en nutrición señala la importancia de aprender a comer bien sin que esto llegue a ser una obsesión. “No todo lo que comemos debe ser sano. Hay que aprender a comer bien, pero sobre todo, debemos aprender a estar bien con nosotros mismos”, termina diciendo.
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