Ana Rodríguez. Nacer en el barrio cordobés de El Brillante y decidir, por vocación, vivir en una perenne guerra, rodeado de guerrilleros que inundan las calles armados con fusiles y a los que ni siquiera debes mirar a los ojos para evitar problemas. La vida de Juan José Aguirre Muñoz está plagada de visiones escalofriantes y testimonios que arrancan lágrimas. Este religioso de 70 años, obispo de la Diócesis de Bangassou (República Centroafricana), narra con serenidad sus 42 años en África… Sin embargo, mientras va pronunciando palabras, su mirada se pierde en el infinito… quizá buscando en su acérrima fe la fuerza necesaria para continuar su relato sin que su voz se quiebre.
Juan José iba para médico, pero cuando entró en la carrera conoció la labor de los Misioneros Cambonianos del Sagrado Corazón y su vida cambió de rumbo. Se formó en el seno de la congregación durante una década, en la que pudo estudiar Filosofía en Italia y Antropología en París, además de aprender diversas lenguas, como el sango, idioma franco de la República Centroafricana.
En 1980, con sólo 28 años, el cordobés alcanzaba la ciudad africana de Obo, «a siete días en coche del primer teléfono o médico de la zona. Rodeado de millones de metros cuadrados de verde, llegué allí para evangelizar y ser evangelizado«, recuerda Aguirre. Y es que, en aquel rincón de la selva centroafricana, «me despojaron de todo. Me acostumbré a sus costumbres, a tener poco, a ir a la selva en moto, a predicar en condiciones frágiles en una casa de paja y barro, a la cercanía de la muerte, tocándote a diario… eso recompone lo que eres. Es un reseteo psicológico que cambia tu vida y tú te dejas llevar por esa corriente», reconoce el religioso.
Evangelizar en medio de la pobreza y la guerra
Después de casi tres años de adaptación, en los que contó con un guía iniciático que le ayudó a adaptar su mirada para ver aquella realidad con otros ojos, Juan José culminó el cambio de mentalidad que le permitiría dedicarse en cuerpo y alma a su verdadera causa, el Evangelio. «Dios da el carisma misionero y las fuerzas para realizarlo», apostilla.
Pero desde luego no fue -ni sigue siendo- una labor fácil. Uno de los factores más terribles con los que tiene que lidiar Aguirre y que lo ponen a prueba cada día es la guerra. «Nadie habla de los conflictos en Congo, en el norte de Mozambique, el norte de Nigeria, en Burkina Faso, en Chad… Algunos de ellos duran ya 20 años… Son guerras de tipo étnico provocadas por agentes externos para generar una situación de inestabilidad y así conseguir el control de las materias primas, especialmente del coltán. Quien controla las minas de coltán tiene el control de las guerras», explica con meridiana claridad el sacerdote.
A este respecto, el testimonio del cordobés pone de relieve la crudeza de estos conflictos en los que «se hace la guerra utilizando el fuego y quemando poblados enteros, bloqueando zonas para que la gente muera de hambre o violando a las mujeres de un pueblo delante de sus maridos».
Escudo humano para salvar a 2.000 musulmanes
En Bangassou, donde reside Juan José, los conflictos comenzaron en 2013. Como él mismo explica: «14 señores de la guerra llegaron aquel año y vandalizaron todo. Entraron en nuestra misión y nos robaron lo que teníamos. Algunos curas huyeron, a los que nos quedamos nos apuntaron con sus armas. Entraron en nuestras habitaciones y nos desposeyeron de todas nuestras pertenencias. Cuando se fueron, nos reunimos y nos preguntamos ‘¿cómo te sientes?’. La conclusión fue que nos habían robado todo, menos la fe«.
De aquellas incursiones surgirían más tarde grupos liberadores «que fueron más criminales que los primeros», pone de relieve Aguirre, «y se ensañaron con la población musulmana». En mayo de 2017, el cordobés recuerda que fueron con kalashnikov a asesinar a los musulmanes, que acabaron atrincherados en la mezquita. Para evitar la masacre, Juan José junto a dos sacerdotes más, vestidos con túnicas blancas, se antepusieron a los fusiles a las puertas del edificio religioso, a modo de escudos humanos. «Aguantamos tres días hasta que llegaron las fuerzas de la ONU. Se salvaron unas 2.000 personas, 480 familias«, detalla el andaluz, que sabía que los francotiradores no dispararían contra el obispo del lugar.
Mientras las ONGs reconstruían el barrio musulmán asolado por los guerrilleros, el Seminario de la misión católica acogió a los supervivientes, que han pasado allí cuatro años y medio. «Nosotros los acogimos sin condiciones. Cuando se marcharon se llevaron todo, hasta las puertas», admite Aguirre, siendo éste un nuevo revés para el desarrollo de la misión.
Proyectos en Bandassou
«Dios siempre te abre una puerta y te dice ‘conmigo puedes'», afirma el obispo de Bangassou. Un pensamiento que siempre le acompaña y anima a buscar nuevas vías para recuperar las instalaciones del Seminario y mantener e incrementar sus proyectos humanitarios.
En este sentido, señala que reciben mucha ayuda de los Canónigos, las religiosas de Roma de San Pedro Claver, las hermanas Dominicas de Madrid y también de instituciones de su tierra natal, como el Ayuntamiento de Córdoba y parroquias cordobesas. De hecho, gracias a estas últimas ha sido posible la puesta en marcha de una bolsa de estudio para que niños de la guerra puedan acceder a la universidad. «Hemos trabajado mucho la educación, desde el jardín de infancia hasta la universidad, convencidos de que a los 10.000 alumnos que tenemos ahora les abrirá las puertas del mañana», argumenta Aguirre.
Otros proyectos que llevan a cabo en la Diócesis de Bangassou son el orfanato, donde 500 niños reciben un seguimiento y escolarización; las Casas de la Esperanza, en las que se acoge a personas mayores con demencia senil acusadas de brujería, que son agredidas sistemáticamente por una cuestión social ancestral; y el Hospital de Bangonde, que pasó de tratar a enfermos terminales de Sida a contar con diversas especialidades, como maternidad, oftalmología, odontología…
Comida benéfica en Córdoba
Para canalizar la ayuda económica y material que periódicamente recibía la Diócesis de la ciudad centroafricana procedente de entidades cordobesas, en 2003 los nueve hermanos Aguirre Muñoz crearon la Fundación para la Promoción y Desarrollo de Bangassou, que actualmente cuenta con delegaciones en Madrid, Antequera, Zarautz y León.
«Desde hace 22 años organizamos una comida solidaria en Córdoba. Estos dos últimos no pudimos hacerla por el covid, pero este 2022 la retomamos y será el día 12 de marzo en el Círculo de la Amistad. Lo recaudado se destinará a rehabilitar una parte del Seminario», explica el religioso. Más de 950 personas colaboraron en la última comida, cifra que Aguirre espera, al menos, igualar este año, entre la asistencia presencial y la fila cero.
Además, del 3 al 13 de marzo, en horario de tarde, también en el Círculo de la Amistad, permanecerá abierta una exposición y venta solidaria de azulejos de toreros cordobeses a beneficio de la citada Casa de la Esperanza.
Dormir tranquilo
Aunque ahora está en Córdoba con motivo de la comida solidaria, Juan José Aguirre volverá muy pronto a Bandassou. «Desde hace un año la situación ha mejorado un poco. Ya tenemos sólo dos señores de la guerra en lugar de 14», apunta el obispo.
En medio de la guerra y la pobreza, cuando se acuesta por las noches, el cordobés admite que, si no está enfermo -ha sufrido tres infartos y padece varias dolencias-, duerme bien, «con la conciencia tranquila». Sin duda, ver cómo mejora la vida de la población de Bandassou gracias a la encomiable labor de los miembros de la misión renueva las energías de este sacerdote piadoso e incansable. Un hombre cuya vida es un verdadero testimonio de fe.
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