Ana Rodríguez. En una ocasión el gran genio Wolfgang Amadeus Mozart manifestó «es un error pensar que la práctica de mi arte se ha vuelto fácil para mí. Le aseguro, querido amigo, nadie estudia tanto como yo«. Él no lo sabía, pero quizás tras sus palabras se escondía una conexión entre la acción de hacer música y el mantenimiento de la actividad cerebral en la que la primera contribuiría de manera directa a frenar la pérdida de funciones de la segunda.
En esta línea ha centrado su tesis doctoral el cordobés Rafael Román Caballero, un graduado en Piscología y Máster en Neurociencia Cognitiva y del Comportamiento que trabaja como profesor del Departamento de Psicología Experimental de la Universidad de Granada (UGR) e investigador en el Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento (CIMCYC).
A sus 26 años, el científico acaba de recibir el primer premio en el I Certamen de Divulgación sobre Medicina y Salud de la Fundación Lilly – The Conversation por el artículo ‘¿Cuáles son los beneficios cerebrales de tocar un instrumento?’. En éste aborda varios puntos de su investigación, basada en los efectos de tocar un instrumento sobre la cognición, tanto en etapas de desarrollo en las que el cerebro aún no está formado, como es la infancia, pero que se puede optimizar, como en el envejecimiento, para evitar su deterioro natural y aproximarnos a un envejecimiento saludable.
Música y Psicología
La curiosidad por la música de Román viene desde joven, habiendo estudiado el grado elemental y profesional de violín en el Conservatorio de su Córdoba natal. La naturaleza humana y universal de la música siempre le han fascinado y quiso enlazarlas con sus estudios de Psicología, motivado también por el catedrático de la UGR Juan Lupiáñez Castillo, su director de tesis.
«La parte activa de tocar un instrumento compromete muchas funciones. La capacidad de sentir somatosensorialmente, lo auditivo, lo visual… están desde la base, funcionando para producir una pieza, pero además implica a la memoria, la atención al director, a los otros instrumentos… es muy completa, integra muchas funciones en una sola actividad», explica Román, que además tiene experiencia en neuropsicología.
En este sentido, la investigación del andaluz parte, como reconoce, de que «la música es tan global y tiene la capacidad de poner en acción tantas funciones y procesos mentales que podría tener un impacto positivo en muchas áreas de la cognición«. Haciendo especial hincapié en dos etapas de la vida: el envejecimiento, que es cuando decaen muchas funciones cerebrales, y la infancia, cuando el cerebro se está desarrollando.
Un estudio dividido en tres partes
Para ahondar en su planteamiento inicial, Rafael dividió su investigación en tres ámbitos, obteniendo interesantes resultados en cada uno de ellos. El primero, realizado en 2018, era sobre el binomio música-envejecimiento. Román y su equipo analizaron toda la literatura mundial -bastante escasa- en torno a la vinculación de ambos conceptos, para tener una visión amplia. Acabaron llevando a cabo un metaanálisis, es decir, un análisis matemático o cuantitativo de los datos localizados en estudios, tesis y todo tipo de documentación.
«Descubrimos que, tanto personas que llevaban tocando un instrumento toda la vida, profesionales o aficionados, como quienes nunca habían tocado y a los 60-70 años empiezan a hacerlo por hobby, obtienen resultados muy positivos en muchas funciones que están implicadas en numerosas actividades de la vida diaria«, explica el investigador de la UGR. Y ello en un corto plazo, es decir, en un año, mayores que empiezan a hacer música registran mejoría en atención y memoria, entre otras capacidades.
Estudio comparativo en jóvenes
El siguiente paso fue realizar un estudio comparativo (2019) en una muestra de 150 jóvenes de entre 18 y 24 años, tanto instrumentistas como no músicos, analizando sus funciones atencionales (procesos pequeños o subprocesos que pueden mejorar de forma diferencial).
Para evitar el sesgo de selección, Román y su equipo eligieron a jóvenes con características similares a las que se les presuponen a los músicos. Esto es, entre otros factores, la pertenencia a una familia de nivel adquisitivo medio-alto, que practiquen deportes moderados para mantener el tono muscular, saber idiomas, no fumadores… «Escogimos un grupo de no músicos equivalente al de músicos en las variables influyentes y ligadas a la selección«, apostilla el andaluz.
Tras las pruebas realizadas, el estudio concluyó que «los músicos, no en todos los subprocesos, pero sí en rapidez mental y vigilancia, estaban mejorados. Presentaban una mejor interconexión de las distintas redes cerebrales que hace que procesen más rápido los estímulos y den respuestas más rápidas», informa Rafael Román.
Niños músicos, por placer y no por inteligencia
El último estudio, y más potente en sus conclusiones, ha sido el llevado a cabo en niños. Iniciado también en 2018, sus resultados están siendo revisados por una revista de gran prestigio para su próxima publicación.
En él, Román y su equipo repitieron el metaanálisis llevado a cabo en el colectivo de mayores, pero en este caso con literatura infantil y juvenil. Los resultados recogidos a través de esta metodología han sido muy interesantes y exhaustivos ya que, además de haber muchos más estudios sobre música y niños, esta información está sistematizada y engloba informes de tratamientos, intervenciones en educación y otros muchos datos basados en evidencias.
«En un año de entrenamiento con un instrumento, los niños mejoran en muchos niveles de capacidad mental, en funciones ejecutivas como control de la conducta, atención, velocidad de procesamiento, la capacidad de adquisición de lenguaje, vocabulario, gramática…», afirma el profesor de la UGR. Sin embargo, «la mejora no es enorme en general, por tanto, los niños deberían ser músicos por el propio placer de la música o las relaciones sociales que entablan, por ejemplo, éstas deberían ser sus motivaciones, no pensando que podría ayudarlo a ser más inteligentes».
El poder igualador de la música… ¡en niños!
Asimismo, la investigación ha obtenido otros inesperados resultados. Uno de ellos ha sido que los niños de estatus socio-económico bajo, que suelen tener menos acceso a tocar un instrumento, cuando por determinadas razones (programas en barrios desfavorecidos, etc.) acababan haciéndolo, en un año la mejora que experimentan sí era grande. «No supera a los otros, pero sí los iguala. Es el poder igualador de la música. Las desavenencias que lleva aparejadas el nivel socio-económico se palian a nivel cognitivo con la música», reconoce Román.
En esta línea, el estudio concluye también que niños en un contexto que perjudica su desarrollo cognitivo (no necesariamente vinculado a su estatus), también ven mejorada su memoria y atención gracias a hacer música.
Continuación de la investigación
Con resultados tan interesantes y tanto por descubrir, Rafael Román y su equipo, formado por el catedrático Juan Lupiáñez; el profesor de la Universidad Autónoma de Madrid Miguel Vadillo, experto en metaanálisis y Laurel Trainor, profesora de la Facultad de Ciencias de la McMaster University de Canadá y experta en desarrollo musical, van a continuar ahondado en algunos aspectos en los próximos años.
Por lo pronto, la Junta de Andalucía les ha concedido un proyecto para investigar más en profundidad la relación entre población mayor y los beneficios que hacer música puede tener sobre ella a la hora de frenar la pérdida de funciones cognitivas propias del envejecimiento.
Como conclusión, Rafael Román resume que los «efectos cognitivos y cerebrales de la música son sobrevenidos. Tocar un instrumento implica tanto esfuerzo, que las motivaciones para hacerlo deben ser el placer que el músico siente, estar con gente que comparte tus mismos intereses, otra que conoces… Todo eso es más enriquecedor y completo en términos de vida que hacer música para ser más inteligentes».
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